Se llamaba Riachuelo de los Navíos. Desde su desembocadura, y hasta la cima de las suaves ondulaciones que aún perduran en los límites boquenses del parque Lezama.
Algunos historiadores afirman que fue junto a la desembocadura del Riachuelo, en el Río de la Plata, donde Pedro de Mendoza fundó la primera ciudad de Buenos Aires.
La Boca del Riachuelo, después La Boca, a secas, zona de tierras bajas e inundaciones fáciles, fue durante largos años conocida como tierra de nadie, ignorada por los pobladores como sitio habitable pero reconocida como puerto. No pasó mucho tiempo sin que la ribera congregara en sus márgenes un número cada vez mayor de astilleros, almacenes navales, depósitos de lanas, saladeros y otras instalaciones similares, que justificaban el nombre de “Puerto de Tachos”, denominación que perduró hasta la época de Rosas .
Atraídos por la posibilidad de trabajar, comenzó a poblarse de inmigrantes griegos, turcos, italianos, etc.
Junto a los varaderos y a los depósitos, a las barracas y a los astilleros, reemplazados mucho más tarde por las construcciones portuarias, empezaron a levantarse las humildes casillas de cinc y de madera que dieron a la Boca esa fisonomía tan singular como extraña en nuestras latitudes.
Fueron los genoveses en su mayoría, gente de mar, quienes se radicaron allí, construyendo humildes casas asentadas sobre pilotes, con estructuras de madera y paredes de zinc, que pintaron de vivos colores. Un bote colgado en la puerta advertía de la constante amenaza que representaba las inundaciones periódicas.
Con el tiempo la población de este barrio marinero se fue ampliando, los italianos eran más que los nativos y el dialecto genovés predominaba sobre el castellano, haciéndoles a los maestros dificilísimo impartir sus lecciones. Pueblo exuberante y bullanguero, conservaba intactas las costumbres de su terruño, sociedad fraternal con las primeras instituciones de apoyo comunitario de Buenos Aires, que también supo editar diarios y revistas, que fundó clubes y teatros para el cultivo de la dramaturgia, que generó poetas músicos y artistas plásticos, que envió al Parlamento, el primer diputado socialista de América (Alfredo Palacios), que abrió cantinas donde poder saborear los platos tradicionales al compás de un alegre tarantella o una nostálgica canzonetta.
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